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Actualmente, ya es hora de reconocer la violencia filio-parental como un importante problema de nuestra sociedad. Sin embargo, a pesar de acompañarnos con todo su peso, se trata de una realidad que aparenta ser invisible, y que quizá no es tan sencilla de reconocer en comparación con otros tipos de violencia.

Si bien se abren más de 4000 expedientes a raíz de este delito, se considera que solo se están denunciando los casos más graves, probablemente entre un 10 y un 15% del total real, y cada año, esta cifra continúa incrementándose. Por ello, es necesario saber cómo reconocer y actuar ante este fenómeno, bien para prevenirlo, o al menos, para visibilizarlo.

¿Qué es la violencia filio-parental?

Podemos definir la violencia filio-parental como el conjunto de conductas violentas, ya sean físicas, psicológicas (verbales o no verbales) o económicas, que se producen de los hijos/as a sus progenitores o a aquellas personas que ocupan su lugar. También es una variante de la violencia intrafamiliar. Para entrar dentro de esta consideración, las conductas deben producirse de forma repetida y consciente.

Es decir, de esta definición se excluyen:

  • Comportamientos violentos puntuales.
  • Las que se producen en estados de disminución de la conciencia.
  • Comportamientos causados por algún tipo de alteración psicológica.
  • Parricidio sin historial de agresión previa.

Además, se trata de un problema multifactorial que es más común entre los jóvenes de 13 a 17 años. Hay que recalcar que la violencia filio-parental no necesita lograr el daño físico y/o psicológico pretendido para producirse: simplemente el causar daño y sufrimiento a los progenitores ya puede considerarse un abuso.

¿Por qué es tan grave este tipo de violencia?

En esta situación, debemos destacar que la violencia filio-parental no es un fenómeno que pueda resolverse dentro de un ámbito privado. En los casos más graves, la violencia ejercida por los hijos/as puede llegar a afectar a su integración social y conducir a problemas escolares, laborales y en general, a la hora de relacionarse.

Tampoco hace más fácil la situación el hecho de que las víctimas (los padres) no suelen sentirse amenazadas ni lidian con consecuencias diagnosticables en muchos de los casos.

Desarrollo de la violencia filio-parental

La violencia filio-parental tiene un desarrollo progresivo, que generalmente comienza con agresiones verbales, como mentiras o insultos, y termina volviéndose más grave a través de amenazas hasta las agresiones físicas.

El objetivo de esta clase de violencia es principalmente el ejercer control y tener sensación de poder sobre los progenitores, pero no se puede descartar que exista una intencionalidad específica.

Las situaciones que se producen en la violencia filio-parental tienden a seguir un modelo cíclico que se caracteriza por una serie de fases:

  1. Acumulación de tensión: se produce debido a los enfrentamientos entre ambas partes. Normalmente, al no haber factores que relajen esta tensión, tiende a incrementarse. En esta fase, los progenitores se muestran suaves y conciliadores, y el hijo/a, confundiendo esto con sumisión, comienza a exigir de forma desmedida, tratando de socavar la autoridad de sus padres. Ante esto, ellos cambian su actitud a una hostil y severa.
  2. Explosión: en esta fase, surge la violencia descontrolada. El hijo/a aumenta la intensidad, la frecuencia y la violencia de sus ataques. En este punto, también se puede responder con violencia al estímulo de otros familiares. Los padres se paralizan y aceptan la pérdida de su autoridad. Así, el hijo/a “gana”.
  3. Arrepentimiento: tras la descarga, se produce un falso arrepentimiento que suele coincidir con el inicio de la primera fase, y vuelve a repetirse todo el proceso.

Tras repetir este ciclo en varias ocasiones, los padres se condicionan y pierden el control de la situación. Otras veces, la tensión acaba por derivar en violencia intrafamiliar.

Indicios del problema

Como explicábamos, se trata de un fenómeno que se inicia y va empeorando progresivamente. Los pequeños actos de desobediencia grave o desafíos pueden ser una señal relevante a la hora de prevenir el comportamiento posterior.

Entre estos actos, en cualquier parte del proceso, podemos encontrar:

  • Insultos, humillaciones y mentiras.
  • Golpear objetos, generalmente del hogar (puertas, mesas, etc.).
  • Pérdida de autoridad o respeto hacia los progenitores.
  • Chantajes emocionales y visible reducción del afecto.

Posibles causas de la violencia filio-parental

En función a varios estudios, se ha deducido que la mayoría de hijos menores que se comportan de forma violenta con sus padres han sufrido otras situaciones de violencia familiar. Otro factor importante para la aparición de este tipo de conductas es la falta de límites, supervisión y control, sumada a la pérdida de autoridad por parte de los progenitores.

¿Cuál es la solución?

Si queremos resolver el problema, debemos obviar la búsqueda de culpables. Lo ideal es intentar que todas las personas que estén implicadas encuentren su responsabilidad en el asunto, y que se muestren dispuestos a ayudar en la búsqueda de una buena solución.

Una serie de pasos que deberemos afrontar, por ejemplo, serán:

  • Reflexionar acerca de las situaciones acontecidas y las reacciones que puede tener cada implicado.
  • Trabajar la empatía y la negociación con el objetivo de recobrar la confianza y reconstruir (o, en ciertos casos, construir) el vínculo afectivo familiar.

¡Ojo! Esto no quiere decir que el proceso sea fácil. Precisamente por eso, es esencial la paciencia por ambas partes, y el reconocimiento y la intención de llevar a cabo actuaciones resolutivas.

¿Qué hago si mi hijo/a comienza a tener un mal comportamiento conmigo?

  • Reflexionar acerca de nuestro comportamiento: no hay que olvidar que los padres son los modelos de referencia de los hijos/as.
  • Tratar de abrirse y hablar del estado emocional de ambas partes. Aquí, es indispensable la empatía.
  • Mantener una actitud de amor incondicional, pero sin olvidarnos de imponer límites en el comportamiento del menor.
  • Además de los límites, dejar claro que hay una serie de consecuencias a sus actos.
  • Proponer pequeñas metas progresivas, que hagan que el hijo/a vaya cambiando y se sienta recompensado/a al mismo tiempo.

En caso de tener la sensación de que no avanzas, o si estás preocupad@ por cómo puede desenvolverse la situación en un futuro, es importante saber que puedes pedir ayuda profesional. Contacta con nosotros sin compromiso.

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Pilar Gómez Ruiz
Pilar Gómez Ruiz
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